Nápoles, entre la belleza y la decrepitud

Lunes 5 de agosto 2013

No sabría describir lo que sentí cuando salí de la estación de metro de Montesanto en Nápoles, pero sí que puedo decir que pensé: «¡Dios mío! ¿qué hago yo aquí?»

Sabía que Nápoles, a pesar de tener un centro histórico Patrimonio de la Humanidad, es una ciudad poco recomendable para los turistas en algunas zonas, pero puedo confirmar que mis expectativas respecto al mal estado de la ciudad se han superado con creces. Los edificios, incluso los palacios u organismos oficiales, no se han restaurado en años, pero es que además su estado de conservación deja mucho que desear. Las paredes se caen a trozos, los cables eléctricos cuelgan sin que nadie haga nada para mantenerlos en su sitio, las pintadas se cuentan por miles y las malas hierbas crecen por donde encuentran un resquicio para agarrarse.

Y las calles, ¡las calles!, suciedad por todos lados, todo lo que les molesta en las manos lo sueltan sin pensar en que al lado puede haber un contenedor o papelera, los olores a orín se repiten en todas las esquina, es horrible. El tráfico es caótico, las motos circulan sin tener en cuenta el sentido de la vía, hay que ir con mil ojos si no quieres ser atropellado y cruzar las calles con paso firme y sin dudar, que ellos vean tus intenciones y hacia dónde te diriges para que puedan esquivarte, si cuando los tienes delante dudas y vuelves hacia atrás, el resultado puede ser desastroso.

Es la quinta vez que visito Italia, así que hablo con conocimiento de causa, y es cierto que es un país que la limpieza brilla por su ausencia. Los italianos, en general, son muy cuidadosos con su aspecto físico, siempre van de punta en blanco (se puede discutir si con gusto o no, en muchos casos), pero en lo que se refiere al cuidado de lo que les rodea son muy descuidados. Pero Nápoles, supera al resto de Italia de largo.

Eso sí, el patrimonio histórico, cultural y religioso, es alucinante y, repito, lástima del estado en el que se encuentra la ciudad.

Como he explicado antes, lo primero que vimos fue la plaza donde se encuentra la salida de la estación de Montesanto, en pleno Quartiere Spagnolo y corazón del Mercato La Pignasecca, un mercado callejero donde los locales compran comida, ropa y diferentes productos y que es muy poco recomendable para los turistas. Aunque bajo mi punto de vista, si no has visitado este barrio no puedes decir que conozcas Nápoles porque aquí se encuentra una parte muy importante de la esencia napolitana. Importantísimo ir con ojos delante y detrás, y no solo por los carteristas si no también por los vehículos que pasan a todo trapo compartiendo espacio con las paradas del mercado. Por las empinadas y estrechas calles de este barrio apenas pasan los rayos de sol que encuentran obstáculos en las cuerdas de tender abarrotadas de ropa tendida.

Quartiere Spagnolo

Se nos hizo mediodía hasta que logramos ubicarnos y antes de seguir por el casco antiguo decidimos comer algo en una pizzería del Quartiere Spagnolo, donde los restaurantes no están dedicados al turismo y podríamos encontrar algo más tradicional y frecuentado por napolitanos. Entramos a la pizzeria Al 22 donde pudimos degustar la auténtica pizza napolitana hecha al horno, una pizza esponjosa y, a pesar de su sencillez, una de las mejores pizzas que he probado en toda mi vida. Tanto nos gustó que al día siguiente repetimos sitio a la hora de comer.

Por la tarde fuimos al Museo Arqueológico, considerado unos de los mejores museos arqueológicos de todo el mundo, donde se pueden ver mosaicos, vasijas y esculturas encontradas en diferentes excavaciones entre ellas Pompeya y Herculaneum.

La entrada al museo cuesta unos ocho euros y en previsión de las visitas que íbamos a hacer durante el viaje, decidimos comprar la Artecard que por 34€ (adultos, los niños no pagan), tienes acceso a cinco monumentos gratuitos durante una semana y a partir del sexto al 50%.

Ya fuera del museo y con un granizado en la mano, volvimos a la estación de Montesanto, esta vez para coger el funicular que nos habría de llevar hasta el Castel de Sant’Elmo (entrada 5€, gratis con la Artecard) antigua fortaleza y más tarde prisión hasta 1970, desde donde se obtiene una espectacular panorámica de la ciudad, del golfo y del imponente y peligroso Vesubio.

Con esta visita acabamos la jornada en Nápoles y en la misma estación de Montesanto cogimos el metro para volver al camping. El metro, el bus o el funicular, un servicio que nadie paga, no puedo entender cómo puede mantenerse. Durante estos días podemos contar con los dedos de una mano la gente que hemos visto validar el ticket y entre ellos nos encontramos nosotros y algún que otro turista más. Los napolitanos viajan gratis y nadie se inmuta, ni siquiera los revisores se dedican a pedir tickets.

Llegar al camping después de tanto caos, es llegar al paraíso, un oasis en medio del desierto.

Martes 6 de agosto 2013

Desde el camping volvimos a coger el metro hasta la estación de Montesanto y desde allí caminamos unos minutos hasta la Piazza Dante, donde cogimos un autobús que nos llevó hasta Capodimonte, justo al lado de la entrada de la Catacumba di San Gennaro, la más antigua y famosa de la ciudad de Nápoles. Data del siglo II y originalmente fue usada por una noble familia pagana pero cuando, en el siglo V, los resto de San Gennaro fueron enterrados aquí empezó a ser un importante sitio de peregrinaje. Conserva en su interior importantes frescos y mosaicos.

Con la entrada de la Catacumba di San Gennaro (entrada 8€, gratis con la Artecard) se puede acceder también a la Catacomba di San Gaudioso, para ello hay que atravesar el barrio de la Sanitá, un barrio poco recomendable en el que es mejor guardar las cosas de valor que llevemos encima. Nosotros decidimos no entrar y seguir visitando el barrio histórico de la ciudad.

Después de comer una excelente pizza napolitana con rúcula fresca, caminamos por vía Toledo hasta la Piazza del Plebiscito, enmarcada por el Palazzo Reale y por la imponente Chiesa di San Francesco di Paola. Seguimos caminando hacia el norte, pasando por el entramado de callejuelas del barrio antiguo, hasta llegar a la Catedral donde se venera al Patrón de la ciudad, San Gennaro, que, mediante el milagro de la licuación de la sangre que se conserva junto a sus reliquias, salvó Nápoles de la destrucción en dos ocasiones de un desastre natural, la primera en 1944 de la erupción del Vesubio y la segunda de un terremoto en 1980. Por lo visto existe una explicación científica a dicho milagro, pero los napolitanos prefieren creer en su patrón y en sus supersticiones.

Los callejones nos conducen hasta la Chiesa del Gesù Nuovo, para finalizar con las visitas.

Pero antes de volver al camping, aprovechamos para hacer algunas compras en el mercado de La Pignasecca. Algo de pasta, unos melocotones, un trozo de queso grana padano y unos tomates deliciosos que nos sirvieron para hacer una ensalada fresca con atún para cenar.

Napoli

www.inaples.it/

www.campaniartecard.it/

www.incampania.com/


2 respuestas a “Nápoles, entre la belleza y la decrepitud

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